Los romanos, no eran exactamente vegetarianos. Su alimentación comprendía carne de buey, cerdo, pavo, tórtola, cigüeña, grulla, lirón, flamenco (del que consideraban su lengua deliciosa), papagayo, etc. Eran apasionados del pescado: Rodaballo, esturión, lenguado, anguila, salmones. Para los pobres, pescado en salazón. Para los ricos: Langosta y ostras (del golfo de Vizcaya, ¡por supuesto!).
Eran las salsas lo que hacían de esta cocina diferente a la de hoy (a parte de algunos animales). El pescado, por ejemplo, se servía con salsas hechas con ciruelas, albaricoques, membrillos. Las aves se preparaban con vinagre, miel, vino, uvas pasas, aceite, menta, pimienta, hierbas aromáticas, dátiles y mostaza. Las setas las cocinaban con miel.
El gran Totó afirmaba este fundamental principio: "De gustibus non est sputazzellam".